miércoles, 24 de noviembre de 2010

Y un último respiro que no pierde el aliento

Rompí la brújula que guiaba al oirte decir de la nada...
Y corrí muy lejor de allí.
Donde no me encontraras.
Y me perdí, pero luego seguí luchando para poder volver a sufrir.

Es ser testigo de una piel, ajena
a la realidad de su voluntad.
Hice bien en huir
tras vislumbrar la tracición.

Se hace notoria
la ausencia, más que vana,
del angel
menos perturbador.
La muerte es
una mezcla de
destrucción,
debastación
y descanso.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ay, amor! (III)

Já. ¿Qué? ¿Qué queréis? ¿Que yo me comprometa a quedarme con la primera mujer que me atrae? No, no, no, no... La constancia sólo es buena para los hombres ridículos, pues todas las mujeres bellas tienen el derecho de cautivarnos. Y no por el hecho de ser la primera tienen que robarle a todas las demás la justas pretensiones que tienen sobre... nuestros corazones.

La atracción repentina y fugaz por una mujer desconocida tiene encantos inexplicables. Todo el placer del amor está en el cambio. La dulzura extrema del amor está en el conseguir la presa perseguida. Pero cuando la has poseído una sóla vez, todo acaba. Y no queda nada. Excepto la búsqueda de una nueva presa en un nuevo campo de batalla, quizás, más duro que el anterior.

Y es que en materia de amor, tengo la ambición de los conquistadores: voy de una victoria a la siguiente. Sé que la mujer sabia es un error de la naturaleza, el pensamiento no honra la dulzura de su carácter. La auténtica mujer tiene el sentido a flor de piel y el pensamiento simple. Sólo en materia de amor las mujeres nos son muy superiores. Por que el hombre es libre y dilapida su placer, mientras que la mujer lo ahorra.

Pero parece que algo ha cambiado en este nuevo mundo. Una mujer nueva nace, que piensa tan sólo en su placer y nos utiliza como mensajeros de su felicidad. Dudo que haya alguien que no sepa que la verdadera revolución de nuestro tiempo es el cambio de posición de la mujer. Ahora los hombres no somos más que sus instrumentos.

Mil y doce recuerdos de un monólogo que no se terminé. Pero quedó perfecto.