Ahí va el corazón,
dejando un rastro para saber volver
si algún día echa de menos los pulmones.
Para otro lado se fueron las tripas,
que se removían al oir
como los timpanos solían rugir
al sentir el hambriento eco de la soledad.
No le des a este cuerpecito,
tan maltratado
como el acero de una afilda espada,
todo lo que quiere sentir,
pues sus manos se trasladaron a ocupar
el hueco de los cansados y desaparidos pies.
Cada tipo de palabra
rompe siempre el sonido
de la indiferente y aplastante soledad.
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