viernes, 22 de julio de 2011

A mediodía


Ya la había visto mil y una vez. Sólo que en esta ocasión no lo hacía solo. Era 'Planet Terror' la que reproducía el cacharro de las películas. No le quedaba ya mucho, ya casi terminando. A la protagonista le ponían una ametralladora donde antes tenía una pierna.

Como ya he dicho, no estaba solo. Él me acompañaba, repantigado conmigo en el sofá de la sala de estar. Sabía que apenas le prestó atención al argumento del film, un tanto bizarro. Llevaba toda la mañana canzando sus tipicas puntillitas, o mejor dicho, sus indirectas poco discretas. La sutileza no ha sido nunca su fuerte.

-Si tuvieras una ametralladora en la pierna, -le dije en ese preciso momento. Había decidido súbitamente no acallar más a mis instintos.- ¿Qué harías?
-¡A ti te lo voy a decir!
-¿Y por qué no me lo quieres decir? No tiene nada de malo...
-Tu quedate tranquilo, que si alguna vez amputan la pierna y me ponen una de ésas -señalando la pantalla.
-¿Y si no quiero esperar? -acerqué mi cara a la suya a la un palmo por sílaba, hasta que una sílaba separó nuestros labios.- ¿Y si quiero que me respondas ya? -Una increíble explosión estalló en el televisor, llevándose su atención apenas unas milésimas. Podía ver la tensión en su cara, tan cerca de la mía.
-¿Qué vas a hacer si no quiero responder? -Su nariz rozó la mía por un instante, y el miedo se sumó a la tensión de su faz.
-¿Estás seguro -me pegué a él hasta que pudo sentir mi aliento. Un tanto difícil de aprovechar la oportunidad de volver atrás, pero ahí estaba.- de que quieres que te lo sonsaque?
-¿Y qué si quiero que me lo sonsaques? -bajó la vista hasta mis labios y las volvió a subir rápidamente, arqueando ambas cejas.

Entonces recorrí el pequeño trecho que no separaba, que a mi mente le parecieron varios kilómetros arduos de una cuesta, y al fin rocé sus labios. Su boca se abrió, dejándome pasar. Mi lengua pidió permiso a su s labios con una suave caricia. Me di cuenta de que mis ojos se habían cerrados instintivamente, y su húmeda lengua palpaba mis dientes. Antes de que llegara a rozarme las encías, deslicé mi mano derecha hacia el centro de su placer, masajeándolo por encima de la ropa. Llegó hasta mi paladar, y sin previo aviso tuvo lugar una batalla de lenguas a la vez que notaba unos dedos introducirse en mi ropa interior.
Antes de que su mano encontrara lo que buscaba, me incorporé y me senté sobre él, con las  piernas separadas por las suyas e impidiéndole el acceso a lo que quería de mi, con una mano a apoyada a cada lado de su cabeza y sin detener la refriega de húmedas.
Un momento después detuvimos la contienda separándonos. Le miré. Me miró, y se mordió un labio mientras respirábamos descompasados. Cogí su camiseta justo por encima del cinturón que aseguraba sus vaqueros y tiré hacia arriba. Ayudó levantando ambos brazos hacia el techo y terminó la tregua que de mutuo acuerdo habíamos dado al combate, en cuyo fragor intervenían dientes, que daban mordiscos a labios ajeno; encías, surcadas por cuerpos humedecidos; campanillas, rozadas por la magia y dos contendientes principales, aquellas dos lenguas amigas.

Después de cierto tiempo que no acierto a determinar, dí por finalizada la escaramuza bocal sin perdedor o ganador definido levantando la cabeza. Le miré a los ojos, aquel verde mar en el que me perdería sin brújula, y le di una clara idea de lo que venía ahora. Me levanté y cogí su mano, para guiarle hasta la habitación donde tendría lugar la batalla que decidiría la guerra.

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